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INTERPELANDO EL CONCEPTO DE “PRIMERA LINEA”

Por: Fernando Patiño

Advierto de entrada que voy a compartirles una reflexión que seguramente para muchas y muchos me situará por fuera de lo «políticamente correcto».

Comienzo por decir que entiendo y reconozco como válidas las profundas motivaciones que llevaron a miles de jóvenes en decenas de ciudades a incorporarse de manera espontánea a las “Primeras Líneas”, convirtiendo a este fenómeno en una de las expresiones más destacadas del poderoso terremoto que sacudió a nuestro país durante más de dos meses. Y afirmo, a renglón seguido, que encuentro en la crisis de representatividad que tienen en la actualidad las tradicionales formas de organización social y política, buena parte de la explicación para que significativos sectores de opinión les expresaran de manera entusiasta su respaldo y admiración.

Les confieso que desde el momento en que comenzó a generalizarse la utilización de esa denominación en el contexto del proceso de movilizaciones que tuvo su inicio el pasado 28 de abril, este hecho me suscitó muchos interrogantes, tanto por lo que implica su significado literal como por la connotación política y simbólica que fue adquiriendo.

Comencemos por recordar que la primera línea es un concepto que hace parte del lenguaje militar y se utiliza para referirse a las formaciones o posiciones de contacto que se forman (de manera intencional o circunstancial) entre los dos lados de un enfrentamiento entre fuerzas opuestas en el campo de batalla.

Su utilización en las protestas sociales adquirió destaque internacional en las movilizaciones chilenas del año 2019. Y a partir de allí comenzó a popularizarse en otros países y a ser acompañado por cada vez más complejas expresiones operativas, dando paso al surgimiento de las segundas, terceras, cuartas y quintas líneas. Y más recientemente, en el caso colombiano, a la creación de las primeras líneas jurídicas, de salud, culturales y hasta de reservistas de las fuerzas armadas.

Tres razones principales me llevan a interpelar críticamente este concepto y su uso generalizado en las dinámicas de movilización social:

La primera razón, por SU CONNOTACIÓN MILITARISTA: Por mucho que se intente disociarlo de su origen, tanto en su verbalización como en su lógica operativa su utilización ha estado asociada a la confrontación física, así ella esté motivada por la defensa justa frente a las agresiones de la fuerza pública o de civiles armados. Y esa lógica propia del enfrentamiento termina subordinando y opacando otras formas de movilización y expresión social, como las que hemos visto surgir en esta coyuntura. Reflejo de ello es la manera como se organizaron la mayoría de los puntos de resistencia, los cuales se estructuraron en forma de “círculos concéntricos” derivados de las necesidades logísticas de la Primera Línea, como principal protagonista.

La segunda razón, por SUS IMPLICACIONES PARA LOS PROCESOS ORGANIZATIVOS SOCIALES Y POLÍTICOS: Tal vez la consecuencia más inquietante que encuentro en el concepto de Primera Línea sea su inevitable asociación al enfoque de «vanguardia» que orientó la visión y práctica de los partidos y movimientos de la izquierda en el siglo pasado. Como consecuencia de esa manera de concebir el ejercicio de la política, los militantes de los partidos o guerrillas nos autodefiníamos como la vanguardia esclarecida que tomaba en sus manos la conducción de los procesos sociales, convirtiendo a las organizaciones sindicales, campesinas o estudiantiles en «correas de trasmisión» de las orientaciones de los dirigentes políticos.

Preocupa mucho que como resultado de ese enfoque vanguardista, que pareciera reeditarse en algunos casos, las expresiones de horizontalidad que enriquecieron y enriquecen las actuales movilizaciones estén dando paso, en los territorios en donde se localizan los puntos de resistencia, a prácticas y discursos descalificatorios de los procesos sociales preexistentes, incluyendo los liderados por jóvenes. Y que además se pretenda, como está sucediendo en algunos de los procesos asamblearios que se están desarrollando en los barrios y universidades de Cali, que sean los representantes de las primeras líneas quienes pretendan asumirse como los únicos voceros válidos del masivo proceso de movilizaciones de los últimos meses, en el cual han convergido un espectro muy amplio de expresiones y agendas sociales y ciudadanas.

La tercera razón, por SU CONTENIDO SIMBÓLICO: Tan inquietante como el anterior elemento, resulta el significado simbólico que adquiere esta denominación y sus manifestaciones prácticas. Mas allá de la diversidad de circunstancias en que surgieron, lo que hemos presenciado en todos los lugares es una dinámica espontánea en la cual un conjunto de jóvenes, con genuinas motivaciones, decide asumir de manera autónoma el papel de defensor de un determinado territorio y del derecho ciudadano a la protesta. Una vez se organizan, autodefiniéndose como Primera Línea, se convierten en un referente simbólico central para las acciones que tienen lugar en ese territorio.

Varias son las preguntas que considero válido hacerse: ¿de quién ellos derivan su mandato? ¿existía acaso en todos los lugares en donde surgieron un vacío de organizaciones y procesos sociales? ¿a quiénes les deben dar cuenta de sus decisiones y acciones?

Tal vez la mejor manera de abordar esa discusión sea analizando comparativamente esta dinámica con una que tiene muchos elementos en común en cuanto a motivaciones y propósitos. Me refiero a la experiencia de la Guarda Indígena. Su conformación como colectivos de defensa no armada de las comunidades y sus territorios obedeció a una decisión de algunos cabildos en el Cauca, respondiendo al “proceso de resistencia y pervivencia en nuestro territorio en defensa de la vida y de la autonomía de los pueblos indígenas, enmarcados en el Plan de Vida y en respuesta a todos los factores de violencia que atentan contra el bienestar y la armonía de los niños, los jóvenes, los adultos y mayores”. Su expansión ha sido acompañada de un esfuerzo gigantesco de organización y formación de sus integrantes impulsado por las organizaciones indígenas durante más de diez años.

La fuerza simbólica que hoy tiene la Guardia está plenamente legitimada por su manera de conformarse y por cómo es controlado socialmente su funcionamiento por las comunidades y sus autoridades tradicionales. Indudablemente, los aprendizajes de esta experiencia no pueden estar ausentes de las reflexiones que estamos proponiendo.

Comparto estas inquietudes motivado por el compromiso que hemos asumido como organizaciones del sector ambiental de Cali, para promover en el actual contexto procesos multisectoriales de dialogo y escucha a escala distrital y territorial, que tienen como motivación central contribuir a articular acciones socioambientales que apunten a la construcción de procesos de inclusión social, económica y cultural que vayan más allá de las demandas emergenciales, permitiendo sentar las bases de las inaplazables transformaciones estructurales que se requieren.

Creo no estar equivocado al insistir en la necesidad de cimentar nuestros procesos comunitarios y de sociedad civil en visiones y prácticas cada vez más reconocedores y defensores de la horizontalidad y la pluralidad en las formas de organización y representación social y comunitaria. De allí que en mi caso prefiera dejar de lado la jerga militar, para promover y participar en redes colaborativas en donde nos reconocemos todas y todos como protagonistas, sin asignarle jerarquías numéricas ni simbólicas a nuestros roles.

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