Por: Antonio Sanguino Páez
Nada está seguro en la elección presidencial. La avalancha de encuestas que sin ningún control circulan por estos días parecen coincidir, más allá de las proclamas triunfalistas de los punteros, que habrá segunda vuelta, que todavía no se puede anticipar quienes serán los dos finalistas y que no es posible aún saber si el dilema será entre continuidad y cambio. En medio de semejante incertidumbre, sin precedentes en la corta historia de la doble vuelta presidencial en Colombia, lo único hasta ahora probable es que esta vez un tiquete lo tiene Gustavo Petro y el segundo lo disputan Federico Gutiérrez, Rodolfo Hernández y Sergio Fajardo.
El Uribismo encara la elección más difícil en sus veinte años de existencia como proyecto político. Primero fue la drástica disminución de su representación parlamentaria en las elecciones del pasado 13 de marzo. Ese mismo día tuvo que resignarse con un segundo lugar en la votación de las consultas presidenciales, por debajo del Pacto Histórico de Petro. Pero antes exhibió un espectáculo espasmódico en la elección de quien habría de representar esta corriente de derecha autoritaria en la contienda: una encuesta amañada sacó de competencia a María Fernanda Cabal, una renuncia a última hora autoeliminó a Óscar Iván Zuluaga, para finalmente movilizar toda la máquina uribista en favor de Federico Gutiérrez en la consulta del denominado “Equipo Colombia”. Tras bambalinas y dirigiendo todo ha estado la mano nada invisible del Expresidente Uribe.
El tal “Fico” no la ha tenido fácil. Su campaña recoge toda la escoria de la política tradicional representada en casi todos los clanes políticos, que, aunque mantienen una enorme capacidad de movilización del voto clientelista, cargan con el desprestigio en una opinión pública que se expresa cada vez más con mayor fuerza en las presidenciales. Además de revelarse como un pésimo candidato, ligero, chabacano y poco conocedor de los asuntos del Estado, lleva encima el fardo de ser la carta de un Duque cuyo legado es de una precariedad inocultable y un Uribe que muerde el piso de sus peores registros en popularidad. El malestar social que rodea la campaña puede conducir a una derrota en primera vuelta de la opción continuista representada en “Fico” y un entierro del Uribismo tal como lo hemos conocido.
Si las tendencias siguen como lo anuncian las mediciones, el 29 de mayo marcaría un nuevo escenario político caracterizado por la competencia en segunda vuelta de dos proyectos que no representan la continuidad de las elites en el poder. “Dos opciones de cambio”, han señalado algunos, con inusitado optimismo.
Surge entonces la pregunta ¿De qué cambio estamos hablando? El Proyecto del Pacto Histórico representado en Gustavo Petro y Francia Márquez constituye sin duda un recambio en los actores en el poder: recoge buena parte del espectro de la izquierda ideológica, movimientos sociales y populares, y de manera marginal a sectores provenientes lo partidos tradicionales. Formula el Pacto una propuesta programática atractiva y audaz cuyos alcances y viabilidad exigen un examen más allá de las consignas inspiradoras y de los tonos altisonantes de sus voceros. El fenómeno del “ingeniero” Rodolfo Hernández merece también ser considerado como un relevo probable en la conducción del Estado, sobre todo porque aparece creciendo en simpatías y en las mediciones. Es un “llanero solitario” que enarbola, como Trump en su momento, un discurso antisistema elemental con una buena dosis de populismo hacia la derecha en todos sus anuncios y propuestas. Su discurso fuerte cargado de epítetos y ataques verbales a la clase política le ha permitido conquistar un espacio en un ambiente caldeado y rabioso como el de estos tiempos. Y la tercera opción de cambio, como su nombre lo indica, se agrupa en la Coalición Centro Esperanza, una suerte de alianza política que recoge sectores de la centro izquierda, el centro progresista y el liberalismo socialdemócrata en cabeza de un Sergio Fajardo que representa un estilo de liderazgo sereno, moderado y más bien cuidadoso a la hora de proponer cambios y transformaciones. Esta moderación y tono, en un escenario caldeado por la rabia y el malestar social, pueden en parte explicar que no haya tenido aun el registro exitoso de su campaña en el 2018 o el de la Ola Verde del 2010.
La fragmentación, el fanatismo y el sectarismo que pretenden imponerse en la actual campaña presidencial en detrimento de un debate razonado y civilizado, hace saludable que la Presidencia de la Republica se defina en la segunda vuelta. La virtud del “balotaje” inventado por los franceses permite, por un lado, asegurar que si una propuesta de gobierno no tiene la mayoría se vea obligado a ampliar su espectro de alianzas políticas asegurándose mayor legitimidad, o por el otro, moderar las dos opciones que llegan a la recta final disminuyendo la polarización política. Qué bueno sería que las urgencias de cambios que merece la sociedad colombiana provengan de una buena dosis de moderación democrática y respecto al Estado de Derecho.